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Entre hooligans con Philipp Winkler • Historias de fútbol •

Un joven hooligan del Hannover 96 y las aventuras que vive con sus compañeros de cuadrilla son los protagonistas de la novela 'Hooligan' de Philipp Winkler.

Corría el año 1982 cuando el norteamericano Bill Buford cogió un tren en Gales rumbo a Londres. Lo que parecía un apacible viaje —la verde campiña traqueteando al otro lado de la ventanilla— se transformó en una pesadilla. En su mismo vagón, un grupo de aficionados al fútbol comenzó a divertirse con el mobiliario mientras atronaban con sus cánticos. Se movían como una manada de lobos hambrientos entre un asustado rebaño de blancas ovejas. Aquellos jóvenes impresionaban con sus cabezas rapadas, sus brazos tatuados y sus botas militares. Amedrentaban con solo clavarte la mirada. No hubo fuerza policial capaz de detener la ferocidad de aquellos tipos. No hubo ningún pasajero que dijera una palabra más alta que la otra. Tanto la liaron que el tren, antes de llegar a Londres, interrumpió su servicio. Era la primera vez que Buford veía un hooligan.

Tras aquella experiencia, decidió convertirse en lobo y mezclarse con la manada. Quería encontrar el origen de la violencia, y quería contarlo desde dentro. Y lo hizo. Vivió peleas, reyertas, palizas, destrozos, asesinatos y saqueos. Vivió Heysel y Hillsborough. Y ocho años después, llegó a las librerías Entre los vándalos. Más de tres décadas después, llega una novela hermanada con aquel libro de Buford: Hooligan, del joven Philipp Winkler. Una novela donde aquel hooliganismo que impresionó a Buford ha evolucionado: los personajes de Winkler ya no van destrozando y atemorizando públicamente, sino que se benefician de las nuevas tecnologías para organizar peleas clandestinas con otras bandas. No asustan a la gente, no apalizan a cualquiera. Se pelean entre ellos, en lugares retirados. Peleas brutales pero, de alguna manera, mucho más limpias.

Frustración, fracaso familiar, crisis, falta de expectativas de unos jóvenes marginados socialmente. Con estos ingredientes, Hooligan se convierte en un bildungsroman en el que la violencia, el fútbol y la amistad tejen la trama de una apasionante novela

El protagonista, Heiko, es un joven de apenas veintiún años de Hannover. Su familia comenzó a naufragar cuando su madre les abandonó. Su padre, desde entonces, se hundió más en la bebida y ni tan siquiera su segunda mujer, una joven que se trajo de Tailandia, ha logrado acabar con su adicción. Su hermana mayor, casada y con hijos, con una vida modélica, trata de mantener a flote lo poco que queda de la familia. Sin embargo, para Heiko no es la sangre lo que le une a las personas en una familia. «Eso no se puede escoger», dice, «como se eligen los amigos. Y si es una mierda, uno se larga». Él abandonó su casa siendo un crío. Vive en un caserón a las afueras con Armin, un tipo que, tras pasar por la cárcel, se dedica a las peleas clandestinas de animales. Heiko no paga alquiler; a cambio de su mugrienta habitación, solo debe alimentar a los dos perros y el buitre cuando Armin se ausenta.

Su fuente de ingresos es el trabajo que desempeña en el gimnasio de su tío Axel. Allí se desfoga y por allí pasan los miembros de su verdadera familia: sus amigos. Todos son seguidores del Hannover 96, y «un auténtico hincha de fútbol valora la tradición, las tradiciones». La suya es reunirse cada día en el Timpen, su santuario: «Aquí me siento parte de una historia. Ya sea de la de nuestra “empresa” o de la del club. O hasta de la de la ciudad. Simplemente, uno se siente bien aquí sentado, en medio de todos estos locos, levantando una copa tras otra».

Frustración, fracaso familiar, crisis, falta de expectativas de unos jóvenes marginados socialmente. Con estos ingredientes, Hooligan se convierte en un bildungsroman en el que la violencia, el fútbol y la amistad tejen la trama de una apasionante novela que se adentra en uno de los muchos mundos, quizás el más oscuro, que orbitan alrededor del balón.

LOS MATCHES: LOS VERDADEROS PARTIDOS

Solo el fútbol consigue que Heiko sienta algo. Recuerda con ternura el primer partido del Hannover 96, contra el Bremen, al que su padre lo llevó siendo niño. O los goles que le hacía a su abuelo en el jardín antes de que muriera. También rememora el día en que Joel, uno de sus amigos, fichó por las categorías inferiores del 96. Al fin uno de ellos podía ascender hacia el sueño de ser futbolista y vestir la camiseta roja de su equipo. Solo el fútbol consigue que se ablande el corazón de Heiko: tras la muerte de Robert Enke, los cuatro amigos compran velas y se mezclan entre la multitud que le rindió homenaje desde la plaza Kröpcke hasta el estadio Baja Sajonia. De hecho, Heiko terminará acompañando a Jojo hasta la estación de tren donde, días antes, el portero y emblema del Hannover había terminado con su vida.

El fútbol, sin embargo, a medida que Heiko crece, ha ido perdiendo su sitio frente a los matches. Los partidos de niños han dejado paso a las peleas de hombres. El encuentro del fin de semana se ha convertido en una excusa para tener un rival con el pelear. Para Heiko, los matches son sus partidos y se los toma como tales: se prepara la noche antes, se calza la camiseta de Los Hanoi con solemnidad, el protector dental, las botas para los días de lluvia. No se droga como sus compañeros. No necesita la cocaína para sentir la adrenalina. Las peleas se convierten en la única manera de devolver los golpes a la vida, de formar parte de algo cuando todo lo demás se desmorona, de sentirse vivo, de crecer.

Pertenece más a ese club de lucha que al de fútbol: «Creo que de alguna manera ese sentimiento de mi infancia se ha apagado», dice Heiko. «Ese respeto al estadio y a la barra, dominada y determinada por hombres como mi tío. Seguro que se debe a la maldita comercialización. Sin duda todo el mundo sigue llamándolo estadio de la Baja Sajonia, pero cada pocos años algún consorcio nuevo compra los derechos del nombre, y en cada ocasión se pierde un poco más de tradición». Siente que el fútbol, como todo lo demás, se ha vendido al mejor postor y que ellos representan la verdadera tradición del club, sus valores. Sin embargo, poco a poco, sus amigos se irán alejando de ese mundo oscuro, uno por el trabajo, otro por la pareja, otro por una paliza brutal, y Heiko se verá solo. Todos, en definitiva, crecemos solos.

El día de partido, los dos grupos de hooligans quedan en un lugar donde no haya policía. Un descampado, un aparcamiento. Once contra once. Los rojos contra los azules. Sin armas. Sin juego sucio. No se patea al que está en el suelo. No se propinan golpes bajos. Está en juego el escudo del club, el honor de toda una ciudad. Los dos grupos se colocan unos frente a otros, y atruenan los cánticos hasta que se produce la embestida: «Me sentía como el líder de una puta manada de rinocerontes o algo así», dice Heiko. «Aunque creo que he oído alguna vez que son animales solitarios. Pero da igual. Lo que importa es la sensación. Todos a paso de marcha. Yo delante». Luego el choque y la adrenalina y los golpes y la rabia y toda la mierda.

Como en un ejército, la “empresa” funciona con una jerarquía que se materializa dentro del estadio. Su tío Axel en la cúspide, moviendo los hilos, organizando las peleas. «En el graderío superior se encuentran los grupos ultras con más tradición. En el graderío inferior los más recientes», cuenta Heiko. «Nosotros ni teníamos ni tenemos nada que ver con ellos. En contra de la llamada información de los medios, que nos mete en la misma olla que a los ultras. Pero qué sabrán ellos». Los Hanoi no son ultras al uso, no tienen nada que ver con los hooligans que conoció Buford en los 80. Se mueven en otras zonas. Solo aparecen por el estadio para hacerse presentes de vez en cuando. Prefieren ver la retransmisión televisada de los partidos en el viejo Timpen, bebiendo una jarra de cerveza tras otra.

Su tío Axel le ha inculcado la falsa idea de que ellos sí respetan la tradición del club. De que ellos construyen algo para Hannover. De que ellos pondrán la ciudad en el mapa y se la respetará en todo el país, en todo Europa. Por eso a Heiko no le gustan los ultras nuevos: «Todos lo somos, pero en muchos de nuestros chavales —y eso no pasa solo en Hannover— apenas se nota a veces que también se trata de fútbol, y de representar a la ciudad de uno». Cuando su tío Axel le ofrece la oportunidad de ser él el nuevo jefe, de mover él mismo los hilos, Heiko se da cuenta de que al fin ha llegado su momento, la hora de hacer las cosas a su manera. La hora de crecer.

Historias de Fútbol / Miguel Ángel Ortiz

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