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Diferencias entre el hincha-admirador y el hincha-seguidor

Admiradores y seguidores, o el fútbol según Kierkegaard. Comparamos las experiencias de ser aficionado de un club grande o de uno modesto.

Si existe una verdad mundana unánime, tarde o temprano comprendida por todos, es que en el mundo conviven no siempre de la mejor manera dos grupos, el selecto grupo de los Grandes y luego todos los demás. El fútbol, está de más decir, no es ajeno a esta realidad. Desde luego, tiene un atractivo particular decidir identificarse con un Grande y así formar parte de la Historia –esa narración de Grandes Hechos a las antípodas de los demás acontecimientos de nuestras vidas más bien inmersos en la medianía cotidiana. Es por ello quizá que, en el deporte más popular del mundo, predominan los hinchas de clubes grandes.

Lo cierto es que no se ha descubierto aún a algún hincha de un club grande que sea tímido o modesto; al menos en lo que al fútbol respecta. Se la pasan relatando las conquistas del club en pretendido gesto de enaltecimiento, y confrontando a los hinchas de otros clubes del selecto grupo. En esos repasos de triunfos del pasado, encuentran la razón de su admiración. Es decir, la justificación de su admiración por el club ganador está precisamente en esas notables hazañas del pasado. En consecuencia, el hincha del club grande solo conoce a su club a través de la gloria de la historia de sus triunfos y por lo tanto ve confirmado su afecto en ella. En dichas condiciones, el llamado a seguir el club jamás genera ofensa a la razón.

Sin duda, aquella historia de triunfos merece la admiración. De igual manera, los clubes grandes son merecedores de los museos y las edificaciones majestuosas que reciben los días de juego a sus tantos admiradores. No obstante, como entiende casi todo partícipe del fútbol de potrero o del amateur, los éxitos no son justificativos para un vínculo afectivo. La victoria es tan solo para ser admirada. Por lo tanto, la apertura sentimental al club por mediación del triunfo condena al hincha a la mera admiración.

Para mantener contentos a los admiradores (y a los sponsors), la identidad del club grande acaba por corresponder al reclamo de ganar siempre o ganar como sea. Semejante identificación con los resultados transforma al club. Lo convierte, en última instancia, en una empresa. Es decir, crear un equipo ganador exige tomar medidas extremas. Para apenas aspirar a lograr un título se requieren miles de millones en líneas de crédito de divisa dura, y otro tanto en activos tangibles, y en activos de goodwill capitalizados. Los clubes deben empeñarlo todo para acceder a la exigencia del éxito mundano. ‘Nadie puede servir a dos amos…’

La victoria es tan solo para ser admirada. Por lo tanto, la apertura sentimental al club por mediación del triunfo condena al hincha a la mera admiración

Por lo demás, las temporadas sin títulos son inevitables aún formando una nómina estelar y galáctica, además respaldada con un prestigio institucional que prodigiosamente incide en momentos justos –como decisiones arbitrales dentro del área–. Es decir, van a haber tiempos de vacas flacas, de dificultades, momentos donde el último de la tabla llega al terreno propio, y se cierran los primeros 45′ con un 0-2; mientras los segundos tantos no alcanzan para rescatar el decoro. Ya hemos visto las imágenes. Los sobrevalorados jugadores, coleccionistas compulsivos de automóviles solo vistos en películas de Bond o en videoclips de raperos, miran avergonzados al césped. Entre tanto, los admiradores en las gradas ponderan la grieta inescudriñable entre el resultado final y el coste del plantel. Algunos incluso tendrán ya en mente algún refuerzo de cifra récord.

La seguidilla de derrotas, o la temporada sin títulos, representan las más graves crisis del hincha-admirador. Este se queda sin argumentos fehacientes precisamente en esos momentos de aflicción y angustia. Sus reacciones lo delatan. Apresurado, apela histéricamente a los grandes triunfos pasados. Busca, fingiendo entereza, contrarrestar las invectivas de otros hinchas de clubes también grandes, enumerando las conquistas de títulos históricos. Sin embargo, no habrá cantado el gallo de la mañana y el hincha-admirador, en el diálogo interior consigo mismo, se habrá dado cuenta que su pensada lealtad no resiste examen. La afiliación sentimental con el equipo que dice admirar, él mismo lo sabe, resulta ser más bien una afiliación calculadora y racional; o bien, dicho de otra manera, una afiliación conceptual. Esta afiliación no sobrepasa la victoria deportiva; aquella que queda en la historia para los admiradores. Ciertamente, no puede ser de otra manera al tratarse de la lealtad a las instituciones que miden todo según el rasero del triunfo mundano.

Todos los clubes grandes, a decir verdad, cuentan con una amplísima mayoría de hinchas-admiradores entre sus filas. El típico hincha de Boca, el del Real Madrid, el del Barça, el de la Juventus, el del Bayern de Múnich, estos hinchas de clubes cuya identidad es la victoria y no los valores inculcados a los suyos, son hinchas-admiradores. Miran la historia, se fascinan frente a los trofeos, y relatan los momentos culminantes del distinguido palmarés para verificar su admiración. Estos hinchas forman parte de la iglesia histórica del club en el esplendor de victorias mundanas. Sin embargo, ningún admirador de la historia de un club, de su gloria pasada y quizá presente, es seguidor del club. A lo sumo será un gran admirador del supuesto club de sus amores, sin embargo, como sabrán todos aquellos que han amado de verdad, es decir, incondicionalmente, la prueba del amor se da en la adversidad.

El seguidor de un club, por lo tanto, ata su lealtad a la institución que sigue por intermedio del sufrimiento vivido –esa contemporaneidad del dolor y la humillación experimentada en común. Las caídas en casa por goleada, los penales inventados por árbitros de dudosa reputación, las quiebras financieras, los saqueos de dirigentes mafiosos, la incapacidad de hacer frente a la planilla mes a mes, la constante salida de los ídolos a los clubes de mayores recursos, el embargo del estadio, la paralización de obras, entre otros, forja el amor del hincha-seguidor en la caldera del dolor y la humillación. Las agudas pruebas que otorga la derrota, la pérdida de categoría, el pasar inadvertido por la prensa, la huida de los jugadores diferentes en busca de triunfos históricos, llenan el crisol del que se fragua el hincha. Las victorias ciertamente son celebradas y siempre bien recibidas. Sin embargo, el triunfo deportivo es apenas transitorio y siempre sujeto al azar, terreno demasiado incierto para anclar un vínculo duradero.

El seguidor de un club, por lo tanto, ata su lealtad a la institución que sigue por intermedio del sufrimiento vivido

Un resultado favorable no puede hacer las veces de sostén para la identidad del seguidor de un club. Sin una identidad allende a la victoria deportiva, no habría hinchas. Pero el hincha, como enseña Bielsa, es el único insustituible en el fútbol. Sin el hincha-seguidor no quedaría del fútbol más que un reality show de timadores repitiendo frases vacías en torno a resultados. Las mediciones de audiencia, y los estados financieros para hacer el ranking de Forbes, pasarían a ser lo más importante. Por ello, se persiste en el engaño cuando no hay peligro de descenso, peligro de no clasificar a Europa, o peligro de perder al referente, formado desde niño en el club, en el próximo mercado de verano. La admiración en situación semejante pasa inadvertidamente por amor verdadero. Ciertamente, se persiste en el engaño hasta llegado el momento de las pruebas. Y cuando llegan las pruebas, cuando se amontonan las goleadas, se va el crack, o los acreedores llevan al club a los tribunales, quedan muy pocos en las tribunas.

Ahora bien, cabe aclarar para los que huyen instintivamente del infortunio, que el fútbol no se define íntegramente en la predisposición al sufrimiento. De igual manera, la melancolía no es ni debe ser el estado anímico que nutre al hincha-seguidor. Quien haya pateado un balón percibe la alegría que espontáneamente acompaña al fútbol. Para advertirlo alcanza con ver las caras de los niños jugando en las playas de la Franja de Gaza, el campo de concentración del siglo veintiuno. Aquellos, olvidados por un mundo que juró nunca más permitir semejante agravio, se juntan y gambetean momentáneamente el hambre y el desamparo con un balón. Por ello, si bien el verdadero hincha vincula por siempre su afecto con el club de sus amores a través de las punzantes pruebas de fe, resulta imposible disociar al fútbol de la alegría. Haya o no haya triunfo.

Nota de Panenka.org

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