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El contagio del tifo, su historia

El ambiente en un estadio de fútbol se eleva, muchas veces, a la categoría de arte. Coreografías, murales, fondos de colores… Son muchos los elementos que ayudan a componer grandes tifos, un fenómeno que en España arreló por influencia italiana. Una de las primeras y más espectaculares puestas en escena de nuestro fútbol se produjo en un Oviedo-Genoa de hace 25 años. Unos meses antes de que, por iniciativa de la PB Almogàvers, el Camp Nou desplegara el primer mosaico.

En Oviedo no olvidan las fiestas de San Mateo de 1991. El calendario quiso que entre sidra y sidra el realísimo club de la ciudad debutara en Europa. Un doble festejo que tampoco quisieron perderse los más de 6.000 aficionados del Genoa que llegaron a la capital asturiana en coche, avión o autocar. Para los italianos, aquél también era su primer partido en competición europea, así que sus hinchas le imprimieron al desplazamiento la trascendencia que se merecía. Fue un 19 de septiembre, del que este mes se cumplen 25 años, cuando el fútbol español conoció por primera vez a la Fossa dei Grifoni, el grupo de animación rossoblú que tiñó el Carlos Tartiere con uno de los tifos más espectaculares que se recuerdan en el Principado.

Ataviados con banderas tamaño XXL, pancartas, estandartes y material pirotécnico que les fue confiscado al acceder al estadio -también con monedas, que durante el choque volarían hacia la cabeza del meta Viti-, el Fondo Oeste del feudo carbayón presentó más color y ruido que nunca. Una puesta en escena “espectacular“, como recuerda Javier Irureta, técnico de aquel Oviedo, a Panenka. “Nunca había visto nada igual en una hinchada visitante“, añade. El partido, correspondiente a los 32os de final de la Copa de la UEFA, lo ganó por la mínima el conjunto local, que no pudo mantener la renta en tierras italianas. “Nos atracaron“, concluye ‘Jabote’ con el convencimiento que da el paso del tiempo.

Pero el primero de los dos duelos acabaría pasando a la historia como uno de los choques que más expectación despertó en el fútbol español de principios de los 90. El ambiente, afirman quienes lo vivieron en sus carnes, fue vibrante. En parte, por el ímpetu con el que italianos y españoles escenificaron su pasión por unos colores. Y es que las Brigadas Azules, el grupo de animación oviedista más relevante de aquellos días, conocían de sobras la labor de la Fossa dei Grifoni -gracias al extinto fanzine Super Tifo– y quisieron estar a la altura ante una afición que admiraban. Lideraron un despliegue logístico que inundó su habitual fondo con más de 1.000 globos, botes de humo y bengalas navales de mano. Una locura no apta para nuestros tiempos. “Aquella fecha fue histórica e inolvidable para el club, para la ciudad e incluso para Asturias, que batió ese día el número de vuelos que aterrizaron en el aeropuerto de Ranón“, desgrana el periodista Edu Polo en una de las ediciones del libro Un derbi solidario.

“Fue algo espectacular. Nunca había visto nada igual en una hinchada visitante”, recuerda Javier Irureta, técnico de aquel Real Oviedo

Sirva aquel encuentro como excusa para abordar un fenómeno que poco a poco fue consolidándose en España, ya fuera por imitación, influencias o efecto contagio. Los tifos, salvando las diferencias culturales de cada país y las paulatinas limitaciones por seguridad, habían llegado para quedarse. Y con ellos, el auge de un montón de grupos de animación que se esforzarían en dar una vuelta de tuerca a la experiencia ambiental de acudir a un estadio de fútbol.

MOSAICOS, MÁS QUE UNA MODA

Uno de los que sucumbió a esta fiebre por convertir las gradas en fiestas cromáticas fue Jordi Sant, uno de los fundadores de la PB Almogàvers, nacida en 1989 como grupo de animación del FC Barcelona. “En mis carpetas de adolescente había U2, los Rolling Stones, tías en pelotas y tifos de aficiones, sobre todo italianas e inglesas“, recuerda. Desde luego, mucho tuvo que ver una larga estancia suya en Italia, donde quedó gratamente sorprendido con el empeño que los hinchas ponían en el colorido y sonido ambiental de sus estadios. “Hice prácticas en Tuttosport y Corriere dello Sport, sentía fascinación por el fenómeno de animación y me mezclé entre los hinchas durante unos meses. Pude ver un montón de derbis: los de Roma, los de Turín, los de Milán…“, explica con cierta nostalgia.

Uno de los grupos de animación que más le impactó fue, curiosamente, el del Genoa. Y más concretamente, la Fossa dei Grifoni, responsable de la multitudinaria visita al Viejo Carlos Tartiere de 1991. Al regresar a Barcelona, Sant lo tuvo claro: quería llevar al Camp Nou toda aquella ‘cultura de grada’ inhalada en cada partido que vivió en primera persona en el calcio. Pero, ¿cómo iba encajar esta idea en el seno de una afición tan poco expresiva? “Sentía la inquietud de dotar al Camp Nou de nuevas herramientas de implicación con el equipo. El ambiente era muy frío y queríamos reformular los métodos de apoyo“, rememora. El mosaico fue el primer paso para avanzar en esta dirección.

Aunque hubo un intento frustrado -una prueba, más bien- por realizar un mural en el coliseo azulgrana en el transcurso de un Barça-Juventus (“falló la comunicación y el estadio tampoco estaba lleno“, lamenta), el 7 de marzo de 1992, con motivo de un Clásico contra el Real Madrid correspondiente a la 25ª jornada liguera, Jordi Sant y el resto de miembros de la PB Almogàvers lograron poner en marcha el primer mosaico del club azulgrana. Esta vez se implicaron a fondo, hablaron con el club y el resultado final fue un éxito. “Estuvimos muchas horas trabajando, tuvimos más tiempo para acceder al estadio, la grada estaba llena, y no hubo tantas dudas entre la afición“, apunta. Fue la primera vez que los culés levantaron una cartulina para crear un mensaje en el Camp Nou. En total, se desplegaron 17.000 de ellas, todas en el Gol Nord, que compusieron la palabra ‘Barça’ en un fondo con la senyera y los colores azul y grana. Sant está convencido que nunca antes se había hecho algo similiar en España. Por si acaso, explica las diferencias que hay entre un mosaico y un fondo de color. “A nivel conceptual, para que sea un mosaico deben haber letras. Si no hay lema, si no se encaja un eslogan o una iconografía dentro de un mar de colores, no es un mosaico. En este sentido, fuimos pioneros“, remarca.

“El primer mosaico en el Camp Nou, con un lema encajado dentro de un mar de colores, fue pionero en España”, sostiene Jordi Sant, fundador de la PB Almogàvers

El primer mosaico dejó boquiabiertos a muchos socios que, sin saberlo, acabarían acostumbrándose a encontrar una cartulina con instrucciones (hoy parece una obviedad: “levantar con el himno y después de cada gol“) en su localidad. Las réplicas a tan aplaudida iniciativa no se hicieron esperar. En un Barça-Deportivo de 1993 se lograron duplicar los esfuerzos y con 45.000 cartulinas, el Camp Nou cubrió tres cuartos del estadio con un mosaico que rezaba “Som-hi Campió” (“Vamos Campeón”). El espectáculo televisivo fue impactante y la gesta entró, según SPORT, en el libro Guiness de los récords.

45.000 CARTULINAS

El 13 de marzo de 1993 se registró el primer mosaico semi-completo de la historia del Camp Nou. Fue en un Barça-Deportivo, en plena era del Dream Team, y la iniciativa nació de la PB Almogàvers, cuyo fundador, Jordi Sant, había vivido en su juventud varias experiencias parecidas en el fútbol italiano. Para supervisar la logística, la entidad azulgrana también invitó a Massimo Leo, fundador de la empresa de material para grupos de animación T.I.F.O.

Hubo que esperar a un nuevo Barça-Madrid, esta vez el del curso 93-94, el del 5-0 de Romário, para ver el primer mosaico completo. “Lo recuerdo con mucha emoción. Porque por primera vez logramos hacer extensible a todos los aficionados una misma apuesta de animación“, sostiene Sant. Desde luego, aquello no era lo habitual entre los grupos que había conocido en Italia, mucho menos los de la Fosa dei Grifoni del Genoa, acostumbrados a guisarse para ellos mismos las coreografías. “Esta visión aperturista no existía en el calcio. Los mosaicos eran propiedad de cada grupo, que perseguían un espacio de identificación muy concreto. Es una mentalidad más ultra, pero nosotros apostamos por algo mucho más coral“, termina.

COREOGRAFÍAS MADE IN T.I.F.O.

El Barça fue el primer club de España que apostó por los mosaicos (desde luego, sentó cátedra porque paulatinamente los estadios de nuestro país fueron replicándolos). Y en los primeros pasos que dio en este terreno, la PB Almogàvers quiso rodearse de la experiencia acumulada por Massimo Leo, un empresario italiano al que Jordi Sant conoció en Turín y propietario de T.I.F.O, una de las primeras compañías europeas especializadas en la venta, gestión y logística de material para grupos de animación deportivos. “Massimo nos hizo una bandera para nuestro grupo. Y fue invitado por el club. Les dije que podía ayudarnos a reforzar el proyecto, un tipo relacionado con este sector, experto en estas materias. Qué duda cabe que podía ser viable para mejorar la experiencia“, reconoce Sant.

La empresa T.I.F.O fue fundada en 1992. Leo, turinés de nacimiento, descubrió en un Torino-Juventus las posibilidades que entrañaba un estadio de fútbol. En todos los sentidos. Y después de trabajar junto a su padre en la FIAT, inició su andadura como emprendedor. “Mis primeros clientes fueron hinchas y miembros de grupos de animación de la Juventus“, desgrana para Panenka. Vendía material para realizar tifos.

A finales de los 90, la empresa había crecido a nivel internacional, con clientes llegados desde fuera de Europa. Y aunque se entristece artefactos pirotécnicos. “Es lo que más me pedían. Y me entristece, porque prefiero la fantasía y la cooperación en las gradas. Pero claro, todos aman el fuego”, reivindica. Cuando recibió la llamada del Barça, no se lo pensó. “En mi empresa vendíamos equipamiento para los tifos y no asesorábamos a los grupos sobre cómo realizarlos. Cada formación tiene sus particularidades, conoce su terreno, y mantiene su propia identidad sobre cómo crear coreografías originales junto a sus aficionados“, explica. “Pero pensé que podía echar una mano a nivel logístico“. Se dio la circunstancia de que en aquellos años articular una Grada Jove se había convertido en algo prioritario para la junta presidida por Josep Lluís Nuñez.

“El ambiente de la Sudtribune de Dortmund es espectacular. Al principio, vendía sobre todo bengalas”, cuenta Massimo Leo, dueño de la empresa de material de animación T.I.F.O

Además de nutrir de equipamiento a los grupos de animación, la empresa T.I.F.O se apuntó un tanto muy interesante. Empezó a premiar, desde el año 1993 y hasta 2012, los mejores tifos del panorama europeo. “Tuvimos que pararlo porque las coreografías ya no estaban organizadas por los seguidores sino que encubrían colaboraciones comerciales con marcas. Es triste pero hoy el seguidor es una parte pasiva y no activa dentro del club que ama“. En la misma línea se posiciona Jordi Sant cuando recuerda los últimos mosaicos que, junto a su peña, organizó en los prolegómenos de un gran partido en el Camp Nou, allá por 1999. “Aquello suponía un desgaste brutal. Lo hacíamos por amor al arte. Pero cuando empezamos a ver que ganaban peso los vínculos con algunos medios de comunicación (SPORT, Mundo Deportivo…) y que todos sacaban beneficios económicos menos nosotros, decidimos desvincularnos“, apunta.

Los premios que otorgaba la empresa de Massimo Leo respondían a muchas variables, desde la composición del material al impacto final de la coreografía. En 2002, sin ir más lejos, T.I.F.O premió al Atlético de Madrid con la mejor puesta en escena del año. Previamente, equipos como el Inter, el Olympique de Marsella o el Paris Saint Germain habían logrado el preciado galardón.

Para Massimo Leo, el país que más y mejor sublima el arte de los tifos es Alemania. “Tienen más dinero que otros países y sus clubes mantienen buenas relaciones con la policía. Todo tiene su orden, no hay nada al azar“, sostiene. La Sudtribune del Signal Iduna Park de Dortmund es uno de los ejemplos a los que acude para reforzar esta tesis. “Tuve mi primera experiencia con ellos nada más empezar, en 1992, y debo decir que son increíbles“. Aunque al final, reduce todo esfuerzo por elevar el ambiente de un campo de fútbol a la máxima potencia a un único concepto: “Pasión. Si hay pasión, encuentras el dinero, las ideas y la cooperación“.

ESCENOGRAFÍAS PARA TODOS LOS GUSTOS

Mucho ha llovido desde aquel lejano 1991 en el que la Fosa dei Grifoni desembarcó en Oviedo. En todo este tiempo, las gradas de pie no solo han desaparecido prácticamente de todos los estadios, también las zonas abiertas han dado lugar a espacios controlados y unificados, cuyos miembros tienen prohibida la entrada de elementos pirotécnicos como bengalas y petardos -aunque crece con fuerza el movimiento ‘No pyro, no party‘, que unifica las demandas de varios grupos de animación por volver a llevar el fuego a las gradas-. No obstante, los colectivos de hinchas siguen ingeniándoselas para presentar composiciones, murales y mosaicos de bella factura. En especial durante el transcurso de los partidos decisivos de la Liga de Campeones, donde suelen encontrarse auténticas maravillas.

Ocurre por ejemplo en la Major League Soccer norteamericana, donde la ‘cultura fan’ se ha afianzado de forma brutal. En ocasiones, importa más el atrezzo, la coreografía y el recibimiento al equipo que el propio juego o el resultado final. “El tifo es la mejor manera de motivar a tu equipo desde la grada. Nos fijamos en lo que vemos en Youtube de otros estadios europeos y lo importamos a Estados Unidos“, explicaba en el #Panenka47 Robb Scott, de los Emerald City Supporters, un grupo de animación de los Seattle Sounders. “Es lo que nos diferencia de otros deportes del país“, añadía.

La rivalidad entre este equipo y el Portland Timbers ha dejado para el recuerdo derbis de un colorido insual, donde el humor y la originalidad tienen un peso preponderante. En uno de los últimos duelos, los Timbers recibieron a su eterno rival con una coreografía protagonizada por Freddy Krueger, simulando un efecto 3D que se está imponiendo como uno de los recursos más atractivos en este tipo de escenificaciones. ¿Quién dijo miedo?

Los tifos han ido evolucionando. Jordi Sant recuerda, por ejemplo, uno de los últimos mosaicos en los que participó, el más bestial y dificultoso si cabe porque se tuvieron que utilizar 180.000 papeletas. “Fue el día del partido del Centenari, en 1998. Había que girar las cartulinas, cada aficionado tenía que utilizar o la cara o el reverso en un momento determinado. Y claro, esto exige mucha coordinación. No salió del todo bien“. Hoy en muchos estadios del mundo ya se pueden ver realizaciones de este tipo, que permiten modificar el lema final o el fondo de color con un simple giro de muñeca. Uno de los más carismáticos en esta rama lo patentó la afición del Al-Hilal, que basándose en el videojuego Mortal Kombat recreó un mosaico con el rostro de un personaje para, repentinamente, pasar a ‘dibujar’ el mensaje: ‘Finish’em’ (Acaba con él).

Y es que la dificultad de los movimientos también marca muchas veces la diferencia a la hora de reconocer el mérito de un tifo u otro. Que se lo pregunten a este grupo de aficionados coreanos. ¿Cartulinas? Para qué si cada hincha puede ser él mismo un color y una tonalidad distinta dependiendo de un movimiento determinado. Eso sí, la dedicación que exige una coreografía de este tipo no es apta para noveles. El día que lo veamos por Europa probablemente el tifo habrá llegado a su último nivel. Aunque nunca se sabe. Con una palabra que proviene del griego thyphus (fiebre, contagio), nadie está a salvo.

Nota de Panenka.Org

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