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La final de los cobardes

Es de desear que Madrid sea una fiesta, sin incidentes, para celebrar una final que, antes de su desenlace, el fútbol habrá perdido. La decisión de trasladar la Copa Libertadores es propia de dirigentes cobardes, incapaces de afrontar la responsabilidad de organizarla donde corresponde o suspenderla para de esa forma enviar un mensaje contundente a los violentos y trazar una línea roja. Inglaterra tuvo que hacerlo con sus equipos, después de Heysel, y es evidente que, pese a episodios recurrentes y aislados, el fútbol inglés ha eliminado mayoritariamente la lacra y la Premier es, hoy, un torneo seguro.

La Conmebol, organizadora de la Libertadores, fue el epicentro del estallido de corrupción más vergonzante que ha sufrido el fúbol, y que arrastró a la FIFA en su conjunto. La regeneración precisa de dirigentes de fuste, que apuntalen su credibilidad con sus decisiones, pero no es lo que ha hecho Alejandro Domínguez, con la complicidad de Gianni Infantino, para el que el partido debía jugarse a toda costa. El Mundialito aguarda a un campeón. La noria no puede detenerse.

La jerarquía deportiva ha mostrado a menudo debilidad y egoísmo cuando debía decidir entre sus intereses u otros de orden mayor. Hay muchos ejemplos. El día del 11-S, en mitad de una conmoción mundial, la UEFA decidió que se jugaran los partidos de Champions programados. El Madrid lo hizo en Roma sin que Vicente del Bosque o Fabio Capello entendieran el porqué. Tampoco buena parte de los futbolistas. Un presidente olímpico de infausto recuerdo tomó al decisión de que los Juegos de Múnich, en 1972, continuaran después del atentado más sangriento en una Villa Olímpica. Son hechos incomparables a los sucedidos en las afueras del estadio Monumental, pero la violencia es como una bola de nieve que hay que detener cuanto antes.

La decisión de llevar la final fuera de Buenos Aires, Argentina y el subcontinente americano, su marco natural, es una ofensa para los pueblos suramericanos, a los que se les dice de forma metafórica que son incapaces de organizar un partido con todas las garantías, y por ello es necesario volver a la antigua metrópoli. Si fuera latinoamericano, me sentiría avergonzado e indignado.

España asume los riegos de seguridad y, a cambio, busca réditos en clave diplomática, sea política o deportiva, y económica. Florentino dijo sí, Rubiales se frotó las manos y hasta Pedro Sánchez puso un tuit mientras todavía el partido dependía de la decisión de un tribunal de arbitraje. No hay mejor escaparate que el fútbol, desde luego, pero para determinadas decisiones hay que contemplar todos los intereses, también los de los ciudadanos. En varias ciudades se ha sometido recientemente a referéndum si se solicitaban unos Juegos Olímpicos. El resultado ha sido sorprendente.

Madrid es una ciudad abierta, con experiencia en la organización de eventos, y el Real Madrid un club con vocación universal. Del mismo modo, las fuerzas de seguridad del Estado han dado prueba de su eficacia en otras ocasiones. Si todo surge sin incidentes, se hablará de éxito y se olvidará el fracaso que dejamos en Argentina, un país en colapso al que se ayuda con decisiones de calado, por duras que resulten, no con serpentinas.

Nota de Orfeo Suarez para Diario El Mundo

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